lunes, agosto 17

Yusef Antoun Mahklouf (San Charbel)

Yusef Antoun Mahklouf (conocido posteriormente como San Charbel), nació en el pueblo de Beqakafra, a 140km. del Líbano, capital libanesa, el 8 de mayo, de 1828.

Hijo de padres campesinos y humildes, siente ya desde pequeño una inclinación hacia lo místico y seglar, siendo ordenado sacerdote en 1859.
Realizó una vida monástica en el monasterio de San Marón de Annaya, llevando una vida ejemplar y obediente tal y como obligaba la orden, y dedicándose por entero al cuidado de enfermos y necesitados. Decía que en muchas ocasiones le hablaba Dios.

Su vida ejemplar dejó de existir el 24 de Diciembre 1898, cuando contaba setenta años de edad. Charbel Makhlouf fue enterrado el cementerio del convento, pero un año después, a causa de lluvias torrenciales que provocaron un enorme barrizal, fue necesario rescatar el ataúd que quedó medio al descubierto, para trasladarlo al un sitio menos expuesto.
Preocupados por el daño que la intemperie hubiera podido provocar en el féretro, se pensó que lo mejor era trasladar el cadáver a uno nuevo. La sorpresa fue inmensa pues el cuerpo no solamente estaba incorrupto, sino fresco y flexible en sus miembros, como el de un durmiente.

Los frailes entonces lo depositaron de nuevo en el féretro y, dejándolo al descubierto, lo expusieron a la piedad de los devotos, donde pudo constatarse otra inquietante singularidad: el cadáver transpiraba.
Lamentablemente no se tuvo mucho cuidado, y en los veintiocho años que el cuerpo quedó visible y accesible a curiosos y devotos, su rostro padeció el asalto de los maniáticos que quisieron llevarse reliquias, hasta que en 1927 se decidió que había que volver a depositarlo entre los muertos.

Encerrado en un ataúd nuevo de cedro forrado de plomo, el cadáver del padre Charbel fue colocado en un nicho abierto en una de las paredes de la cripta de la iglesia Annaya, y su sepulcro fue sellado con fecha 24 de junio de 1927.

Veintitrés años más tarde, ya en 1950, un fraile descubrió asombrado que esa pared rezumaba una cerosa humedad. Puso sus dedos y los retiró de inmediato: estaban cubiertos de sangre. Lo que él pensó que era humedad se trataba en realidad de sangre.
Una vez más se procedió a exhumar el cadáver y éste apareció igual que en 1927. Esta vez estuvieron presentes en el acto del desentierro una comisión eclesiástica y una delegación científica. Durante dos años esta delegación estuvo estudiando el caso y éste fue el informe emitido en 1952:

“La delegación médica y científica no puede dejar de constatar la evidencia de los hechos, su carácter excepcional y la ausencia de toda intervención humana. Nunca se procedió, ni en el pasado ni ahora, a embalsamar el cuerpo del monje”.

Nuevo féretro y tercera exhumación. El siete de agosto de 1956 se quiso llevar en gran secreta una última averiguación y se volvió a abrir el ataúd: las paredes externas de éste estaban salpicadas de sangre, y cuando se levantó la tapa, el cadáver estaba igual que en 1927 y flotando en el líquido que había estado segregando. Únicamente sus ropas se habían podrido, pero las carnes cedían elásticamente bajo la presión de los dedos como si se tratara de un ser viviente, y las articulaciones seguían flexibles.

Seguramente si se volviera a hacer dentro de 150 años, éste se encontraría igual que siempre.

2 comentarios:

Juan Duque Oliva dijo...

Un caso sorprendente, no lo conocía.

Lo de la sangre es muy curioso.

BEsos

Laulán dijo...

Los casos de los cuerpos incorruptos de los santos siempre sorprenden. Creo yo que más que por el fenómeno en sí, por el aura de leyenda que sobre ellos se han creado.

Besos